jueves, 2 de febrero de 2017

Cortázar, je t´aime



                           Foto Víctor H. Cordon, París, setiembre 2014


 

Nunca pensé que vendría a festejar tu cumpleaños, tan cerca de ti y tan distante.
Una melodía de un acordeonista en el metro me sopló el dato y así empecé a buscarte.
Salté los charcos de esas mojadas veredas parisinas y tus ojos se cristalizaron en
caleidoscopio y con un guiño, me empujaron a seguir la búsqueda.
Corrí una hoja dorada que se desprendió de un árbol, di vuelta la esquina y tropecé con una pareja que en un abrazo de fuego sellaban su amor.
Volví a escuchar la canción y corrí a buscarla y, de pronto, me vi montada en el carrusel, al pie de la torre Eiffel. En caballo brioso continué mi camino y mis pies se convirtieron en alas y levité sobre los jardines de Luxemburgo. El ulular de una sirena me puso nuevamente en tierra. No me amilané, no, continué, continué y continué, me dejé mojar por la lluvia, me empapé hasta quedar convertida en un temblequeo arrugado pero me escabullí del mal tiempo y me abrigué con tu recuerdo.
Encendí nuevamente el motor de búsqueda; así, crucé bulevares, atravesé puentes y tu voz ronroneaba en mis oídos y tus ojos me observaban desde el Sena.
El último subte me depositó en la puerta de esa casona en la calle Martel, la abrí con
cuidado para no asustarte y tu risa franca invadió mi alma.
El humo de los Gitanes me dictó que estabas ahí, en la estatura de tus cien años y
debí saltar la rayuela de ese patio adoquinado, sortear todos los fuegos, algunos ya apagados y cuando ya te tenía a punto de tocarte con mis manos, trepaste en una melodía de jazz y te alejaste silbando.
Bajé al patio interno, observé por última vez el balcón con flores, me subí al Renault y me alejé rumbo a la autopista del sur mientras escuchaba en la radio a Louis Armstrong cantar “Un mundo maravilloso”.

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