martes, 31 de enero de 2017

Ella escribe, solo eso


 Una dama que escribe una carta y su sirvienta de Vermeer de Delft

 Ella apenas me habla, ya se ha convertido en un rito, todos los días, a la misma hora, en igual lugar.
Se diría que las baldosas esperan nuestros pasos y como en un tablero de ajedrez, cada una ocupa el espacio que le corresponde para iniciar la jugada: ella escribe, yo espero y observo.
Los rayos intensos atraviesan el vitral y se posan sobre su figura, la arrullan, pero algunos, traviesos, se recuestan en mis mejillas y las encienden.
La resignación se anuda en mis brazos cruzados y ella escribe, escribe, solo escribe.
La ausencia de él ha exacerbado su amor y la pluma deja pasar las palabras como gotas, sílaba a sílaba hasta formar un todo. Una carta cada tarde, una letanía de reproches, oscuros y densos; una alabanza a sus virtudes, alegres y brillantes; una pasión en claro-oscuro como el cuadro que corona su espalda; una tenue esperanza como la cortina de voile que tiembla al viento.
Ella escribe y yo espero. Sus sentimientos reverberan en el amarillo papel, se inflaman y mueren allí mismo y yo me siento ajena, doblegada, un ser nacido para servir, para ser útil. No aguardo sentimiento de amor ni de odio, simplemente estoy, soy presencia, soy sosiego, ignorada de a ratos, ser etéreo, requerida más tarde, mensajera de cartas a un destinatario infiel que no las abre, que no las lee,que no las escucha.
Mis labios juran silencio, no hay recriminaciones, no hay respuesta y la tarde muere en la noche; el día en el traslado del mensaje y nace otra tarde silenciosa en el damero de la sala, y ella escribe, su corazón se desangra en la carta y yo me cruzo de brazos, miro con tristeza a través de los cristales, tomo un baño de tolerancia y permanezco hasta partir de nuevo con una misiva que morirá en sus
manos.

Publicado en la Antología colectiva: Acrobacias, diciembre de 2015.