miércoles, 24 de enero de 2024

 



Noche de lujuria

 

Me prometió no separarse ni un minuto y yo temblé de solo pensar en tanto apasionamiento. —Será una noche inolvidable—, pensé.

Ingresamos al dormitorio, me puse un camisón ligero para facilitarle su accionar, nos acostamos y comenzó la danza de abrazos.

Yo lo sentía suspirar y me tensaba pensando en la fuerza de su posesión.

Al principio sentí entusiasmo, un acaloramiento invadía mi cuerpo, mi extremidad se estiraba como queriendo atrapar el momento, pero en la medida que el cansancio se apoderaba de mí, empecé a percibir cada apareamiento como un hostigamiento, cada exhalación suya, un sofoco.

La mañana me encontró exhausta, angustiada y con el agobio de saber que no me lo podía, aún, sacar de encima.

Me vestí, observé mi rostro demacrado en el espejo, tomé con mis manos temblorosas la llave del auto, subí con él aferrado a mi brazo y partí. Socarronamente, me seguía susurrando al oído. No tenía límites, no había final.

Llegué al establecimiento y cuando escuché mi nombre, una luz de esperanza abrigó mi corazón.

—Quítese la ropa—, me indicó la cardióloga y empezó a desenchufar los cables del grabador; a continuación, me quitó el brazalete que había tomado mi presión durante veinticuatro horas.