martes, 27 de febrero de 2024



Simplemente carnaval

 

Con atuendos de colores

se vistió el carnaval,

una máscara ocultaba

su rostro al pasar.

Fuertes sones de matracas

acompañaban la marcha,

contorneo de caderas

y alegría exultante.

Papel picado y espuma

caía sobre las comparsas

que con risas respondían

ante tanta alharaca.

Carnaval de mil colores,

 de alborozo desbordante,

de cánticos al compás de bullicio,

 de contorsiones y saltos.

Carnaval carnavalesco

que oculta quizás un dejo

de tristeza y pesimismo

y pone un instante feliz

a la pobreza, al hambre,

embriaga el alma unos días,

al año, pocos, no más.

 


 

Premio literario

 



 

viernes, 23 de febrero de 2024




Tintineo al amanecer

 

                Hoy me visitaron, no me quedan dudas, hasta tuvieron la desfachatez de despertarme, pero no importa, me hicieron feliz.

               A las seis de la mañana un tintineo agudo me despertó. —Estoy soñando—, me dije, pero a los pocos segundos, el mismo se repitió. Me tapé hasta la cabeza y esperé.

              Al rato sentí que Víctor se levantaba, golpeaba puertas y ventanas y a alguien le hablaba.

            Asustada le pregunté qué pasaba y me comentó que un pichoncito de colibrí estaba acurrucado en el escritorio y lo sacó, al abrir la ventana.

          Empezó así a girar sobre mi cabeza situaciones que escapaban a toda lógica.

      Días atrás elaboré un boletín para el barrio y en una nota incluí la historia de los colibrís y fotografiamos un nido que había en el patio de un vecino. Costó tomar la fotografía pues el pequeño nido estaba en la mata de un jazmín amarillo muy espeso.

        Cuando Víctor reveló la toma, se dio con que dentro del nido había dos huevitos. Inmediatamente compartió el hallazgo con el dueño, quien a la noche me habló ofuscado preguntándome qué había hecho con los huevitos pues habían desaparecido.

 Respondí con enojo y ofendida pues nunca se me hubiera ocurrido tocarlos.

Pasó un mes durante el cual Víctor no volvió a tocar la cámara y una semana atrás cuando quiso tomar una foto, el diafragma no se podía abrir, parecía trabado con algo. Insistió, pero no hubo manera, algo lo apretaba con fuerza.

La presencia del pichón en el escritorio que es el lugar donde se guardan las cámaras me produjo extrañeza, más aún cuando mantenemos la casa herméticamente cerrada por temor al contagio de dengue. Le solicité a Víctor que probara la cámara y ésta respondió perfectamente, nos miramos con curiosidad.

Otro hecho extraño es que el pequeño colibrí hizo sonar la campanita que cuelga junto al retrato de mis padres muertos, danzó delante de ellos y voló a la libertad.

A partir de entonces muchos interrogantes dan vuelta en mi cabeza, pero mi corazón me dicta que ellos me visitaron a través de esta ave que real o imaginaria, nacida en su nido o en la lente de la cámara, llenó de sonidos la madrugada.