martes, 26 de junio de 2018

Visitas o parafraseando a Cortázar


Hoy te entendí como nunca, Julio, sólo que yo no estoy dispuesta a tirar la llave de esta casa tomada, la defenderé hasta mi último aliento.
Primero sentí apropiada el ala norte, cada aposento tenía su huésped, cada cama su bello durmiente, cada sábana su tibia piel.
Yo, yo me quedé del otro lado, callada y palpitante.
Después le tocó el turno al ala este, incluía piscina, árboles y hasta el pobre perro que corría sin parar tratando de explicarse lo inexplicable.
En cada zambullida de los usurpadores el agua salpicaba agotamiento, transpiraba resignación.
Yo me había apretujado en los tres metros cuadrados de la cocina a la que pensaba defender con uñas y dientes. Fue mi refugio durante largas horas, mi trinchera.
Primero cerré la puerta de vidrio, las otras dos ya las había trabado el día anterior; cuando visualizaba una silueta cerca, a través del esmerilado, acercaba una silla para trabarla y aumentaba el volumen de la radio, no quería escuchar el mínimo susurro.
Mientras tanto, pergeñaba un plan para deshacerme de los intrusos. No alimenté resignación en ningún momento, todo lo contrario, a medida que me sentía más invadida, más aguerrida me volvía.
Cuando salí de mi refugio y quise utilizar los sanitarios, comprendí que ésta sería una tarea infructuosa, también habían sido tomados; ni siquiera pude rescatar mi cepillo de dientes ni el peine grande tipo rastrillo, ni esa prensa marrón de carey que compré con tanto gusto.
Volví a mi refugio.
Los sentía reír a carcajadas, correr, golpear las puertas y yo me ovillaba al pie de la mesa redonda, tapaba mis oídos y sólo escuchaba el rechinar de mis dientes.
Hoy te recordé tanto, tanto, Julio, pero no me resigné, no, saqué la masa de hojaldre de la heladera y empecé a pegarle con fuerza, con mucha fuerza mientras diseñaba el plan de desalojo.