miércoles, 1 de febrero de 2017

                                  Fotografía: Víctor H. Cordon, setiembre de 2014


Barcelona

El tren canturreba Barceloona, Barceloona, y Ana preparaba su bolso expectante y un poco también nerviosa, por qué no, hacía tanto tiempo que quería conocer esa ciudad.
La ansiedad le despertaba hambre y mordía con ganas su galleta de arroz mientras imaginaba el encuentro con su metrópoli soñada.
Cuando finalmente arribó, estalló frente a sus ojos un mundo de extrema sensibilidad, un laberinto ondulante que la llevaba a sumergirse en el arte, la teñía, la salpicaba, la movilizaba, la impregnaba.
Recorrió sus amplias avenidas arboladas, ascendió al Tibidabo y la brisa salada que escapaba del mar, acarició su piel.
Se fundió en esa naturaleza pródiga bañada por el Mediterráneo y más tarde, recorriendo La Rambla pudo comprobar cómo el clima impregnaba el corazón de habitantes y turistas que con un despliegue de locuacidad y bonhomía contagiosa reían y trotaban, comentaban y fotografiaban, sí, un click click que acompañaba el paseo durante todo el trayecto.
En ese ir y venir por sus carrers”, el camino la condujo al Barrio Gótico, recorrió sus callecitas angostas imbuidas de medioevo e ingresó a su majestuosa Catedral, donde agradeció haber podido conocer la ciudad de sus fantasías.


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