lunes, 27 de noviembre de 2017

Premio






Extraña inauguración

Cuando estuve sola, con los últimos atisbos de memoria, recordé ese día. Observé la foto envejecida que guardaba en la mesa de luz, rescatada de la cámara de mi compañero, a poco tiempo de su retiro laboral. Había sido una semana que presagiaba muchos acontecimientos pero nunca como el que me tocó vivir en esa oportunidad.
Jamás regresé a mi lugar de trabajo, y desde entonces deambulo por la casa, tratando de ensamblar las piezas sueltas de esa extraña inauguración.

La semana se había vestido de fiesta, eran la patronales de Mendiolaza.
El pueblo, ahora ciudad, bullía en eclécticos festejos.
A mí me había tocado cubrir la inauguración de la Oficina de Correo. Autoridades y vecinos participaron del acto.
Cuando llegué, me llamó la atención la cantidad de ancianos que conformaban la comitiva.
Estaba Etelvina, la primera empleda de la estafeta en los años sesenta. La acompañaban sus hermanos, dos viejecitos pequeños que junto a ella conformaban un simpático trío.
El cura párroco de ochenta y nueve años dio la bendición y me detengo en su edad porque el intendente la referenció.
Cuando habló el prefecto, me pareció verlo más avejentado a pesar de sus cincuenta años, pero pensé que eran ideas mías.
Así, me entretuve sacando fotos y cuando el acto culminó, quise regresar a mi auto pero sentí dificultad para caminar.
Giré la cabeza y vi a mi compañero convertido en un viejecito, sin dientes, apoyado en una silla.
Busqué las fotos en la cámara pero todo apareció matizado con un tinte sepia, los rostros de los presentes surcados por arrugas y sólo viejos y más viejos, ningún joven.
Levanté la vista y con ojos nublados divisé el cartel del Correo que pendía destartalado.




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