jueves, 20 de febrero de 2020

Venganza

Teníamos algo en común, nos gustaban los higos. Ellas y yo oteábamos todos los días la higuera para comprobar el punto de maduración, para corroborar el momento en el que podíamos libar su dulzura, el momento en el que yo podía clavarles los dientes, ellas el pico.
Debo reconocer que en más de una ocasión ellas se me adelantaron y el desgarro era tan cruel que me inhibía toda posibilidad de preparar mis afamadas mermeladas.
Pero hoy, tras visualizar tanto picoteo, una idea cruel, según quien la mire, ingeniosa, para mí, se vino a mi cabeza.
Así, distribuí por el jardín platos con semillas, trocitos de pan y hasta higos, sí, me despojé de los más grandes. Rocié los alimentos con gotas reguladoras del sueño y me puse a espiar tras la ventana. Cuando las vi comiendo con gula, empecé a saborear la venganza.
Después, las vi levantar vuelo, victoriosas, cotorreando de alegría. Yo salí inmediatamente a levantar mi cosecha, sabía que no contaba con mucho tiempo...
A la mañana siguiente la prensa dio cuenta de la aparición de una bandada de loras “muertas” en el Polideportivo del pueblo.
Nadie supo explicar el porqué del fenómeno. De lo que no se habló, es que al tercer día resucitaron.

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