Mariela consideraba a su hija suya, sólo suya y estaba
dispuesta a moldearla a su imagen y semejanza. Como ella no habÃa
tenido oportunidad de estudiar, no la envió al colegio, como no
tenÃa familia, desde pequeña se habÃa criado en un orfanato, no le
dio oportunidad de tener una.
A los cuatro años, ella solÃa adosarle a su pequeña
Candela chalecos con bengalas que debÃa ingresar a las canchas de
fútbol, lugares donde estaban prohibidas, pues sabÃa que nadie
revisarÃa a una niña tan pequeña, de mejillas paspadas y largo
cabello negro enredado sobre sus hombros; esa era su changa, le
pagaban por esto; a los seis el chaleco contenÃa sobrecitos con
cocaÃna, con esto logró incrementar sus ingresos. De esta manera,
Mariela podÃa mantener a la niña y vivir sin grandes aspiraciones
pero sin entrar en la indigencia.
Candela creció sin lÃmites, sin educación, sin
afectos. De un dÃa para otro su madre desapareció y nunca más la
volvió a ver. Algunos comentaban que estaba presa, otros que se
habÃa marchado con un rufián que no le permitió llevar a la niña.
Ella fue acogida por unos vecinos que ocupaban un conventillo y eran
anarquistas. Unos años más tarde, allà conoció al amor de su
vida, diez años mayor que ella quien la invitó a recorrer el
mundo. En ese derrotero llegaron a una aldea de Siria donde Paco, su
novio, tenÃa su grupo de referencia, sus amigos de las redes, como
él los llamaba.
Candela se obnubiló con los nuevos camaradas, no le
importó que éstos la relegaran a un segundo plano, que la colocaran
en una posición servil, le impresionaba lo agerridos que eran, lo
provocadores, lo dispuestos que estaban a a dar la vida por su
causa. Un dÃa, la invitaron a participar y ella aceptó agradecida y
orgullosa. Hasta le dieron una misión: debÃa viajar a Francia,
ParÃs y visitar el mercado de Navidad. La propuesta le fascinó. En
la ciudad gala se encontró con unos integrantes de este grupo que la
estaban aguardando. El dÃa previsto para llevar a cabo el encargo,
le pusieron un chaleco lleno de explosivos. Con ternura Candela
recordó a su madre muerta y sus chalecos que contribuÃan a brindar
alegrÃa, ella era justamente eso, una traficante de alegrÃa. La
vida le daba la oportunidad de volver a serlo. Se dirigió a la meta
fijada y cumplió la orden como lo habÃa hecho siempre.
Los medios narraron su muerte y se refirieron a ella
como “La chica del chaleco adosado”
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