miércoles, 1 de agosto de 2018

Del otro lado de la ventana






La imagen puede contener: texto

Juliano, sentado frente a la ventana mira, sus ojos apenas parpadean, observa las siluetas de su barrio, las horas que pasan, la vida que fluye.
Tres años han pasado desde que dictaminaron su enfermedad y así, poco a poco, se fue transformando.
Siempre se había destacado por sus comentarios sarcásticos que despertaban sonrisas en las reuniones. Era enigmático e inteligente, irónico y punzante.
Vestía con sobriedad y elegancia, su presencia imponía admiración, en fin, era uno de esos seres que no pasaban desapercibidos.
Pero un día, el accidente cerebro vascular torció definitivamente su destino, ya nada volvió a ser como antes y se convirtió en un ser contemplativo y mudo.
Desde entonces, la ventana fue su única conexión con el mundo exterior.
Se pasaba el día sentado frente a ella, y sus ojos profundos eran el objetivo, sus pestañas el disparador.
Al principio fue cobijado por la dedicación de su familia pero esta estatua inexpresiva en lo que se había convertido ahuyentaba amor, expulsaba compañía.
Su aspecto físico también fue mutando a medida que la enfermedad le sumaba barreras y así, su rostro se cubrió con una barba desordenada y su cabello caía enmarañado sobre sus hombros. Con un único atuendo, un pijama marrón que se empecinaba en usar a diario empezó a semejarse más a un simio que al hombre que era.
De esta manera lo vieron un día unos chiquillos que al espiar lo que sucedía detrás de la ventana, lo observaron sentado.
Le hicieron todo tipo de muecas pero el hombre-simio no transmitió ningún gesto.
La ventana dejaba fluir así dos corrientes que se contraponían: curiosidad y algarabía por parte de los niños, inmutabilidad por parte de Juliano. Afuera, todo bullicio, adentro inmovilidad total.
Juliano ya se había acostumbrado a las risotadas burlescas y esperaba expectante el horario de salida del colegio para tener al menos ese contacto humano; sus cuidadores lo trataban como un objeto.
Con los primeros calores del verano finalizaron las clases y la calle perdió el flujo de niños.
El anciano se debía conformar con el espectáculo de los árboles que rebosaban plenitud y detrás, escondida entre las copas, la silueta de la vivienda de su hijo, frente a la suya.
Lo veía salir en el vehículo, y adivinaba su figura y las de sus nietos, escondidas tras lo vidrios polarizados.
Un día, lo sorprendió el grito de los estudiantes. Partirían en excursión y debían tomar el colectivo en la puerta de la vecina escuela.
Su corazón se sobresaltó tanto cuando vio aparecer las conocidas cabezas que una lágrima rodó por sus mejillas.
Desde el otro lado de la ventana alguien gritó: “el gorila llora” y desde ese momento Juliano dejó de ser definitivamente humano.




No hay comentarios:

Publicar un comentario