viernes, 4 de abril de 2025


Pintura de Carlos Alonso

El voyerista

 

 

Le gustaba espiar, su vida era justamente eso, vivir de la vida de los demás.

En su búsqueda de vivienda siempre tenía en cuenta que hubiese una buena ventana al exterior enfrentada a un mirador en la acera de enfrente.

Esta vez, el elegido fue un departamento en un edificio bastante derruido en La Boca.

Las canillas goteaban, las paredes pintaban humedades y el olor a moho penetraba hasta los alvéolos pulmonares.

No le importó, frente al ventanal del living un balcón con macetas con flores prometía función.

Al día siguiente de la mudanza, preparó un café y con el pocillo humeante se asomó a la ventana.

El espectáculo que se le presentó frente a los ojos, lo dejó pasmado; dejó la taza en la repisa, corrió a buscar los binoculares y ya no se pudo despegar.

Tras el balcón florido se divisaba un cuarto dormitorio-taller y en el lugar dos almas palpitando: delante de la cama austera, de madera sobria, custodiada por un crucifijo, el pintor daba batalla delante de un caballete con un lienzo; frente a él, la modelo desnuda, de carnes fláccidas posaba midiendo el tiempo para poder cambiar de posición.

La cortina flameaba expectativa, el pintor llamaba a la inspiración, la mujer imaginaba el transcurrir de las horas y el voyerista llegaba al orgasmo.

Fue el retrato de un día pleno.

 

 

jueves, 2 de enero de 2025




 

Mártir y loca

 

Nunca imaginé que una visita a la dermatóloga cambiaría tanto mi vida.

La primera lesión que le mostré adujo que era producto de un importante stress y me sugirió consultar con un psicólogo.

Cuando observó la segunda, adujo que me autoflagelaba.

Me imaginé así, como uno de los mártires de la Edad Media con el cilicio a cuestas.

La miré con indulgencia, medí las palabras y culminé dándole las gracias con la receta de corticoides en la mano.

Mientras me dirigía a mi casa, no dejaba de pensar en ambos apodos: mártir y loca.

Medité mucho y pensé: “quizás tenga un poco de razón”.

Tomé una decisión: no me lastimaría más cada grano que apareciera y me dije: —yo no quiero ser mártir, es más divertido ser pecadora—.

La segunda calificación la debía estudiar más: “un poco de locura no nos viene mal”.

Así, puse en venta, en la vecindad, algunas de las prendas que ya no uso y están como nuevas. La economía circular, como la llaman ahora.

Siempre me repito: —hay que vivir ligera de equipaje—.

Cuando alguna vecina me contactaba para hacer una compra, mi locura se encendía y empezaba a actuar.

Así esperaba con paciencia verla pasar con mi ex camisola, ex blusa yo me ponía a caminar tras ella hablándole bajito, como un murmullo a mi otro yo.

Trataba de mantener la distancia para que la portadora no me descubriera.

Con mi ropa apoyada en otro cuerpo, consultaba los pasos a seguir para resolver mis problemas.

A veces, la prenda se daba vuelta y se sacudía.

 —Voy en la dirección correcta—, me decía.

Otras, se ladeaba para un costado, me indicaba que debía recalcular.

Me reía a carcajadas mientras veía pasar por la puerta de mi casa a mi ropa.

¡Qué bueno es estar un poco loca!