Pequeño
caballito pinto
Y otra vez llovió con ganas. El cielo se decidió desperezarse
sobre nosotros, en Sierras Chicas.
Un aleteo en mi pecho me trajo remembranzas...
Diariamente pasaba frente a esa casona de Villa Allende y tras la
reja lo veía parado junto al sesentoso vehículo.
Había una simbiosis entre el poni y el automóvil, pinto el
primero, celeste metalizado, el segundo.
Parecían estar preparándose para competir una loca carrera para
perforar el viento.
Y llegó el día del diluvio, el pequeño arroyo se volvió río
arrogante, recorrió la localidad con fiereza, destruyó todo.
La estampa posterior fue de tierra arrasada.
Cuando pude llegar frente a la residencia, vi barro, baldes de barro
que sacaban desde el interior, el coche con sus puertas abiertas y
asientos tapizados de lodo, pero de toda esa postal, me sobrecogió
su ausencia, ya no había poni pinto en ese lodazal y un atisbo de
duda se prendió a mi mente: “¿dónde estaría el pequeño?, ¿lo
habría sepultado la avalancha?”
Desde entonces, cada día que paso alimento la ilusión de volverlo
a ver con su figura paralela al auto y junto mis labios rezando una
plegaria para que ese deseo se haga realidad.1
1Finalista
en el certamen Donde nací, donde vivo organizado por la editorial
Letras con Arte para formar parte de la antología homónima,
España, noviembre de 2015. Publicada en Rumbos digital marzo 2015.
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