Barcelona
El tren canturreba
Barceloona, Barceloona, y Ana preparaba su bolso expectante y un poco
también nerviosa, por qué no, hacía tanto tiempo que quería
conocer esa ciudad.
La ansiedad le
despertaba hambre y mordía con ganas su galleta de arroz mientras
imaginaba el encuentro con su metrópoli soñada.
Cuando finalmente
arribó, estalló frente a sus ojos un mundo de extrema sensibilidad,
un laberinto ondulante que la llevaba a sumergirse en el arte, la
teñía, la salpicaba, la movilizaba, la impregnaba.
Recorrió sus
amplias avenidas arboladas, ascendió al Tibidabo y la brisa salada
que escapaba del mar, acarició su piel.
Se fundió en esa
naturaleza pródiga bañada por el Mediterráneo y más tarde,
recorriendo La Rambla pudo comprobar cómo el clima impregnaba el
corazón de habitantes y turistas que con un despliegue de locuacidad
y bonhomía contagiosa reían y trotaban, comentaban y fotografiaban,
sí, un click click que acompañaba el paseo durante todo el
trayecto.
En ese ir y venir
por sus carrers”, el camino la condujo al Barrio Gótico, recorrió
sus callecitas angostas imbuidas de medioevo e ingresó a su
majestuosa Catedral, donde agradeció haber podido conocer la ciudad
de sus fantasías.
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