martes, 21 de noviembre de 2023

Una araña en el parabrisas

       Noche intensa, sin luna. Íbamos por la ruta que atravesaba el bosquecillo y una araña empezó a caminar por el parabrisas. Me impresionaron sus patas peludas.
     Por la inclinación del vidrio, no podía distinguir si estaba dentro o fuera del vehículo y tampoco tenía intención de averiguarlo por si se daba la primera posibilidad.
     Al llegar a una zona urbana, Hugo detuvo el coche bajo un poste de luz y así pudo comprobar que el arácnido estaba en la parte exterior del mismo.
    De pronto, desapareció y pensamos que se había caído.
    Cumplimentamos la visita, cenamos con nuestros amigos y subimos al auto para emprender el regreso. Grande fue la sorpresa cuando a los pocos minutos de iniciado el viaje, apareció la araña de nuevo con un tamaño que duplicaba al anterior.
    Esta vez pude observar que tenía una panza abultada de color marrón y sus patas excesivamente peludas.
    Su andar era incesante y por momentos se detenía aferrada al cristal. Yo vislumbraba en esos instantes un desafío amenazador.
    A medida que dejábamos el pueblo y volvíamos a atravesar la arboleda, su figura se agigantaba al punto tal que nos quitaba visibilidad.
    No nos animábamos a salir a espantarla, ni siquiera a abrir la ventanilla.
Había crecido de una manera que apenas dejaba un pequeño espacio para vislumbrar la ruta.
    Llegó un momento en el cual Hugo debió detener el automóvil pues ya no se veía nada.
   Quisimos abrir las puertas para abandonar el auto, pero comprobamos con horror que las puertas habían sido trabadas con sus patazas.
   A la mañana siguiente, los titulares de los diarios expresaban la extrañeza del hallazgo de una araña que cubría con su cuerpo y patas todo un vehículo.
   De sus ocupantes se desconocía la situación pues esperaban a los bomberos para que, con la ayuda de una grúa, pudieran despegar al monstruo del auto.
   Adentro, solo había oscuridad y silencio

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