Cuando ingresé, no vi a nadie,
olí los libros, trasuntaban muchísimos años y abarcaban todo el
salón. Yacían en cajas, estantes, en el suelo, estaban por todas
partes, tantos que mi vista no los podía visualizar a todos.
Mientras trataba de encontrar un espacio libre para moverme sentí
una vozarrón que me preguntaba qué deseaba. Me costó encontrarlo,
pero allí estaba, sentado tras un escritorio también atiborrado de
libros. Era un viejecillo con larga barba blanca, gordo, muy gordo
con una camisa a rayas anchas, azules, tiradores blancos y un
pantalón azul como las rayas de la camisa.
Lo miré asombrada y con
timidez; le respondí que en realidad no quería comprar sino vender
libros de ufología.
Se interesó por el tema y con
una voz que parecía no salir de él comenzó a contarme historias de
avistamiento de ovnis y encuentros de tercer tipo.
Sus relatos eran tan reales
que sentía el zumbido de lo platos voladores en mis oídos y una
sensación extraña en mi cuerpo, como si estuviera a punto de
levitar.
Cuando pensaba que iba a caer
desvanecida, con rapidez, le planteé otro desafío, le consulté si
tenía “Alicia en el país de las maravillas”.
No sé en qué momento ni cómo
empecé a rodar por un túnel oscuro que parecía no tener final
hasta que caí en un prado donde me recibió un conejo, sí, el
conejo de Alicia.
No terminaba de recuperarme de
la sorpresa cuando detrás mío apareció la Reina de Corazones quien
me increpó altanera. Me asusté y no me animé a responderle pero
empecé a estornudar mucho, siempre me sucede cuando me pongo
nerviosa y cuando pude ver con los ojos aún lagrimeando, me encontré
arrojada entre un montón de libros.
Miré alrededor y pude
observar al librero con el libro de Drácula entre sus manos. De
ninguna manera quería vivir esa experiencia por lo que saludé
apresurada y partí.
Hice una cuadra y me di cuenta
que había dejado olvidados en la librería los libros de Ovnis que
había llevado para vender. Regresé inmediatamente a buscarlos pero
no pude encontrar el local comercial.
Caminé toda la cuadra, me
detuve en cada puerta, repetí la misma rutina por la vereda opuesta
pero el resultado fue infructuoso.
No podía ser una alucinación
pues era real que llevaba mi bolso de libros y ya no los tenía en
mis manos.
Por otra parte aún tenía la
sensación de encandilamiento que me había provocado el encuentro
con el extraterrestre y en mi pantalón conservaba pegado el pasto
del prado del país de Alicia.
Consulté a los vecinos por la
librería y por el librero, quién podría ignorar un personaje tan
estrambótico pero la respuesta fue siempre la misma, nadie tenía
conocimiento del local ni del hombre.No me animaba a contar mi
experiencia pues temía que se rieran de mí.
Volví a mi casa con una
sensación de extrañeza y cuando abrí mi bolso para buscar la
llave, cayó del mismo una tarjeta escrita en letra gótica dorada.
La levanté pues no recordaba
haberla tenido antes entre mis manos y cuando leí su contenido un
sudor frío bañó mi cuerpo y caí desvanecida.
Desperté en mi cama y un
vecino me dijo que me encontraron tirada en la vereda de mi casa,
avisaron a mi madre y con la asistencia de un servicio de ambulancias
me ingresaron a mi domicilio y me medicaron, aparentemente había
sido una lipotimia por un golpe de calor.
Dirigí mi mirada hacia mi
mesa de luz y allí refulgía la extraña tarjeta. Volví a leerla y
me volví a desmayar. Cuando regresé al estado de conciencia, mi
madre me preguntó qué significaba el Cementerio de los libros
olvidados. No quise volver a mirar la misteriosa tarjeta ni intenté
relatar la experiencia vivida pero noté que no recordaba ningún
título ni autor de los libros que había leído.
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