martes, 17 de marzo de 2020

Un señor gordo entre libros

Cuando ingresé, no vi a nadie, olí los libros, trasuntaban muchísimos años y abarcaban todo el salón. Yacían en cajas, estantes, en el suelo, estaban por todas partes, tantos que mi vista no los podía visualizar a todos. Mientras trataba de encontrar un espacio libre para moverme sentí una vozarrón que me preguntaba qué deseaba. Me costó encontrarlo, pero allí estaba, sentado tras un escritorio también atiborrado de libros. Era un viejecillo con larga barba blanca, gordo, muy gordo con una camisa a rayas anchas, azules, tiradores blancos y un pantalón azul como las rayas de la camisa.
Lo miré asombrada y con timidez; le respondí que en realidad no quería comprar sino vender libros de ufología.
Se interesó por el tema y con una voz que parecía no salir de él comenzó a contarme historias de avistamiento de ovnis y encuentros de tercer tipo.
Sus relatos eran tan reales que sentía el zumbido de lo platos voladores en mis oídos y una sensación extraña en mi cuerpo, como si estuviera a punto de levitar.
Cuando pensaba que iba a caer desvanecida, con rapidez, le planteé otro desafío, le consulté si tenía “Alicia en el país de las maravillas”.
No sé en qué momento ni cómo empecé a rodar por un túnel oscuro que parecía no tener final hasta que caí en un prado donde me recibió un conejo, sí, el conejo de Alicia.
No terminaba de recuperarme de la sorpresa cuando detrás mío apareció la Reina de Corazones quien me increpó altanera. Me asusté y no me animé a responderle pero empecé a estornudar mucho, siempre me sucede cuando me pongo nerviosa y cuando pude ver con los ojos aún lagrimeando, me encontré arrojada entre un montón de libros.
Miré alrededor y pude observar al librero con el libro de Drácula entre sus manos. De ninguna manera quería vivir esa experiencia por lo que saludé apresurada y partí.
Hice una cuadra y me di cuenta que había dejado olvidados en la librería los libros de Ovnis que había llevado para vender. Regresé inmediatamente a buscarlos pero no pude encontrar el local comercial.
Caminé toda la cuadra, me detuve en cada puerta, repetí la misma rutina por la vereda opuesta pero el resultado fue infructuoso.
No podía ser una alucinación pues era real que llevaba mi bolso de libros y ya no los tenía en mis manos.
Por otra parte aún tenía la sensación de encandilamiento que me había provocado el encuentro con el extraterrestre y en mi pantalón conservaba pegado el pasto del prado del país de Alicia.
Consulté a los vecinos por la librería y por el librero, quién podría ignorar un personaje tan estrambótico pero la respuesta fue siempre la misma, nadie tenía conocimiento del local ni del hombre.No me animaba a contar mi experiencia pues temía que se rieran de mí.
Volví a mi casa con una sensación de extrañeza y cuando abrí mi bolso para buscar la llave, cayó del mismo una tarjeta escrita en letra gótica dorada.
La levanté pues no recordaba haberla tenido antes entre mis manos y cuando leí su contenido un sudor frío bañó mi cuerpo y caí desvanecida.
Desperté en mi cama y un vecino me dijo que me encontraron tirada en la vereda de mi casa, avisaron a mi madre y con la asistencia de un servicio de ambulancias me ingresaron a mi domicilio y me medicaron, aparentemente había sido una lipotimia por un golpe de calor.
Dirigí mi mirada hacia mi mesa de luz y allí refulgía la extraña tarjeta. Volví a leerla y me volví a desmayar. Cuando regresé al estado de conciencia, mi madre me preguntó qué significaba el Cementerio de los libros olvidados. No quise volver a mirar la misteriosa tarjeta ni intenté relatar la experiencia vivida pero noté que no recordaba ningún título ni autor de los libros que había leído.


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