Le
gustaba trepar con calma. Casi se diría que disfrutaba midiendo
palmo a palmo cada centímetro de pared. El vértice del techo era el
espacio ideal para tejer su telaraña. Pero unos ojos escudriñaban
su deambular y oscilaban entre su renegrido andar y un zapato
puntiagudo que descansaba en en el suelo...
Cuando
llegó a la meta, sintió un fuerte zumbido y la distracción la tiró
sobre la baldosa.
El
zapato, en brusca caída siguió su periplo, cayó encima y la
aplastó.
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