«¿Vejez o soledad?», esa pregunta le quedó flotando a Susana cuando colgó el auricular…
Ramón había enviudado quince años atrás; la partida de Amalia le había dejado profundas huellas de congoja en su corazón que apenas pudieron mitigar el nacimiento de sus nietos.
Al principio eligió alienarse en un laberinto de viajes a mares cálidos y lugares exóticos, pero a su regreso, ahí estaba aguardándolo la casa, con los mismos adornos, igual distribución de los muebles, perfumes familiares. Lo único que modificaba la escena, era una lenta decadencia, que sumaba problemas de salud a los años.
Susana, la amiga íntima de su mujer, había dejado de verlo un largo tiempo atrás, extrañaba mucho a Amalia e ingresar a la casa de su amiga de infancia le producía dolor y desasosiego pero la llamada de esa tarde, el tono de voz de Ramón y ese parloteo errático, encendieron la alarma y decidió hacerle una visita.
Ya en la vereda de la vieja casona, sintió que se le aceleraba el pulso, recordó tantos momentos vividos todos juntos y ahora le golpeaba la ausencia.
Ingresó por el largo pasillo hasta la casa y aparecieron ante su olfato viejos olores y ante sus ojos antiguas luminosidades.
La puerta se abrió y asomó frente a Susana un Ramón más empequeñecido, con una artrosis acentuada en sus manos pero con una risa que le sonó inmediatamente familiar.
El comedor estaba tal cual como lo recordaba, la larga mesa de algarrobo en el medio, el mueble modular atrás, lleno de portarretratos con la imagen de Amalia, Ramón y sus hijos.
Después de dos horas de hacer un relato de sus vidas, Susana solicitó pasar a los sanitarios, tras lo cual, se dispuso a hacer un paneo de una vivienda que había visitado durante treinta años.
Le llamó la atención que todas las puertas estaban cerradas,
«será para mantener el ambiente cálido» , pensó, pues era un día particularmenbte frío.
Se dirigió hacia el que había sido el dormitorio de Emanuel, el hijo menor, y lo abrió: el cuarto estaba vacío. Lo recorrió con sus ojos y sólo pudo observar paredes descascaradas y una mancha de humedad en el ángulo del techo. Una tenue luz se filtraba por la persiana apenas levantada. El olor de moho le produjo arcadas y se apresuró a cerrar la puerta.
A los otros cuartos no se atrevió a entrar, temía encontrar el mismo cuadro.
Comprendió que Ramón había sido invadido por una tremenda soledad, que no quería revolver el pasado y es más, se había querido despojar del mismo, vaciándolo.
No era sólo vejez lo que trasuntaba su enronquecida voz apagada, la soledad también iba marcando sus cicatrices.
Ramón había enviudado quince años atrás; la partida de Amalia le había dejado profundas huellas de congoja en su corazón que apenas pudieron mitigar el nacimiento de sus nietos.
Al principio eligió alienarse en un laberinto de viajes a mares cálidos y lugares exóticos, pero a su regreso, ahí estaba aguardándolo la casa, con los mismos adornos, igual distribución de los muebles, perfumes familiares. Lo único que modificaba la escena, era una lenta decadencia, que sumaba problemas de salud a los años.
Susana, la amiga íntima de su mujer, había dejado de verlo un largo tiempo atrás, extrañaba mucho a Amalia e ingresar a la casa de su amiga de infancia le producía dolor y desasosiego pero la llamada de esa tarde, el tono de voz de Ramón y ese parloteo errático, encendieron la alarma y decidió hacerle una visita.
Ya en la vereda de la vieja casona, sintió que se le aceleraba el pulso, recordó tantos momentos vividos todos juntos y ahora le golpeaba la ausencia.
Ingresó por el largo pasillo hasta la casa y aparecieron ante su olfato viejos olores y ante sus ojos antiguas luminosidades.
La puerta se abrió y asomó frente a Susana un Ramón más empequeñecido, con una artrosis acentuada en sus manos pero con una risa que le sonó inmediatamente familiar.
El comedor estaba tal cual como lo recordaba, la larga mesa de algarrobo en el medio, el mueble modular atrás, lleno de portarretratos con la imagen de Amalia, Ramón y sus hijos.
Después de dos horas de hacer un relato de sus vidas, Susana solicitó pasar a los sanitarios, tras lo cual, se dispuso a hacer un paneo de una vivienda que había visitado durante treinta años.
Le llamó la atención que todas las puertas estaban cerradas,
«será para mantener el ambiente cálido» , pensó, pues era un día particularmenbte frío.
Se dirigió hacia el que había sido el dormitorio de Emanuel, el hijo menor, y lo abrió: el cuarto estaba vacío. Lo recorrió con sus ojos y sólo pudo observar paredes descascaradas y una mancha de humedad en el ángulo del techo. Una tenue luz se filtraba por la persiana apenas levantada. El olor de moho le produjo arcadas y se apresuró a cerrar la puerta.
A los otros cuartos no se atrevió a entrar, temía encontrar el mismo cuadro.
Comprendió que Ramón había sido invadido por una tremenda soledad, que no quería revolver el pasado y es más, se había querido despojar del mismo, vaciándolo.
No era sólo vejez lo que trasuntaba su enronquecida voz apagada, la soledad también iba marcando sus cicatrices.
Gracias por leer, comentar y por el recibimiento. Yo también me alegro.
Tu relato lleno de nostalgia me ha gustado y se lee con fluidez.
Por aportar algo, diría que la presentación de Susana es un poco abrupta, yo lo daría una vuelta. Es solo mi opinión.
Nos leemos. Saludos.
Un gusto volver a leerte. Tome unas mini vacaciones mientras Iria y Tomei estaban de licencia por maternidad.
Tu relato refleja una cotidianidad para mucha gente. Me ha gustado la manera en que lo plasmaste.
En cuanto en la forma, solo unas tonterías que voy a comentar:
-Donde dice ¿vejez o soledad? Y en será para mantener el ambiente cálido: la comilla inicial va unido al texto. (Disculpa que no la escriba, pero no estoy escribiendo desde la compu)
-su enroquecida voz… ¿Será enronquecida voz? Nada que desmerezca ni cambie tu texto.
Un abrazo
salu2
usas muy bien la ambientación sombría (bueno a mi me parecio asi)
los errores muy pocos, pero nada grave.
Saludos y nos leemos.
Soy Piquillín. nº22
Gracias por ofrecerme tu orientación en relación a mi cuento. Estoy revisando tus recomendaciones.
Me gustó tu narración, en especial la descripción del hogar de Ramón y el resumen del final. Mucho éxito.