Kim J dedicaba su adolescencia a jugar a la guerra. Soñaba conquistar
el mundo para imponer sus propias leyes que, según él, conducirían al
hombre a la felicidad. Fue en esta etapa que la muerte de su padre lo
sorprendió intempestivamente y debió ocupar su lugar, conducir a los
habitantes de la península.
Así, dejó los juegos de lado, asumió la presidencia y empezó a escribir su propia historia.
Entre las primeras medidas que tomó, decretó una comida al día. Con eso buscaba paliar la escasez de alimentos fruto de las contínuas guerras y bloqueos.
Prohibió el uso de la energía eléctrica a partir de las 20 horas. Con eso quiso suplir la falta de energía en la península.
Decretó la eutanasia. Con eso se evitaba suministrar medicamentos, también en falta, a los pacientes terminales.
Siempre pensó que estaban sobredimensionados poblacionalmente. A ésto, precisamente atribuía todas las carencias.
Ese día, se levantó con una idea brillante: redactó un decreto que indicaba que a partir del próximo mes todos deberían vestir con trajes de seda negra.
Así, se divertía viendo pasar las huestes de hombre, mujeres y niños, de negro, todos así vestidos.
Un día que lo acosó el aburrimiento ideó un juego que le pareció práctico y divertido: cuando las últimas luces del día se ocultaban en el atardecer y las de la noche apagaban su guiño, se sentaba en el pórtico de su mansión y disparaba a esas sombras que a tientas buscaban regresar a su hogar.
Sus hombres se apuraban a ocultar los cadáveres en fosas comunes.
Así, cada día borraba la atrocidad de la noche y las ausencias sumaban posibilidades de subsistencia.
Así, dejó los juegos de lado, asumió la presidencia y empezó a escribir su propia historia.
Entre las primeras medidas que tomó, decretó una comida al día. Con eso buscaba paliar la escasez de alimentos fruto de las contínuas guerras y bloqueos.
Prohibió el uso de la energía eléctrica a partir de las 20 horas. Con eso quiso suplir la falta de energía en la península.
Decretó la eutanasia. Con eso se evitaba suministrar medicamentos, también en falta, a los pacientes terminales.
Siempre pensó que estaban sobredimensionados poblacionalmente. A ésto, precisamente atribuía todas las carencias.
Ese día, se levantó con una idea brillante: redactó un decreto que indicaba que a partir del próximo mes todos deberían vestir con trajes de seda negra.
Así, se divertía viendo pasar las huestes de hombre, mujeres y niños, de negro, todos así vestidos.
Un día que lo acosó el aburrimiento ideó un juego que le pareció práctico y divertido: cuando las últimas luces del día se ocultaban en el atardecer y las de la noche apagaban su guiño, se sentaba en el pórtico de su mansión y disparaba a esas sombras que a tientas buscaban regresar a su hogar.
Sus hombres se apuraban a ocultar los cadáveres en fosas comunes.
Así, cada día borraba la atrocidad de la noche y las ausencias sumaban posibilidades de subsistencia.
Como dice una canciòn “Todo fue brillante menos el final”.
La lectura fluye, la distopìa esta clara, pero en los ùltimos pàrrafos la historia gira a un tirano caprichoso y cierra sin cerrar.
Nos estamos leyendo
estoy en el 160
Estoy en el 153.
Nos leemos.
Gelicidades
Nos leemos
Interesante tu texto, iba tan bien, pero tan bien que lo cortaste como quien llega a las 750 palabras. Faltó conflicto, cuando lo leía me recordaba al presidente coreano.
Está bien escrita tu historia, pero creo que estás en deuda y debes darle un final como el sugerido por Amílcar.
Felicitaciones.
Me recordaste una escena de La lista de Schindler donde un alemán jefe de un campo de concentración dispara al azar sobre los judíos que allí desarrollaban sus tareas, o ahí les hacía finalizar sus padecimientos.
Buen relato, bien escrito. ¿Cómo seguirá este tirano sin aparentes limitaciones a su poder?
Nos encontramos en la próxima escena