La Academia de Idiomas ocupaba una casona del siglo XIX.
Un lugar diferente, lo constituía la biblioteca. Frondosos anaqueles forraban sus paredes; al ingreso, sobre la puerta principal, se podía leer el lema:"El que lee mucho y anda mucho,ve mucho y sabe mucho." Allí trabajaba yo.
Sucedió un día lluvioso.Yo estaba concentrada clasificando unos libros cuando el chirrido de la puerta lo anunció. Levanté la vista y lo vi parado en el rellano, todo mojado y con una valija en la mano. Al solicitarle el motivo de su visita, el joven respondió que estaba escribiendo una tesis sobre el surrealismo y le habían recomendado esta biblioteca. Me explicó que quería adentrarse en la lectura de “La destrucción o el amor” de Vicente Aleixandre.
No encontré pretexto para impedirle el acceso, aunque su aspecto desaliñado y un mal olor, que vagamente me recordaba a alguien, me hizo dudar antes de franqueárselo.
Amado, de esta manera dijo llamarse, se hizo habitué; pasaba todas las jornadas arrinconado en un escritorio, con la valija a sus pies, y el celular continuamente en su mano; simulaba bucear en los textos de Aleixandre, especialmente cuando nuestras miradas se encontraban.
Si bien planteé mis reservas en la Dirección de la Academia, no encontraron razones de peso para prohibirle el ingreso, por lo que debí seguir soportándolo.
Poca gente entraba ya intimidada por la oscura presencia. A su vez, yo sentía físicamente esa intromisión en mi vida: la pérdida de peso, recurrentes cefaleas y un leve temblequeo en mis manos daban muestra de la perturbación.
Un día, el muchacho recibió un llamado, se levantó y salió corriendo, olvidando su equipaje.
A la mañana siguiente, escuché su nombre en el informativo, observé la pantalla y pude ver a Amado, con esposas, conducido por las fuerzas del orden.
Inmediatamente llamé a la policía y entregué la misteriosa valija. Al ser abierta, observé, entre sus andrajos, un vetusto diccionario de latín, que al abrirlo, resultó ser una caja simulada que contenía sobrecitos con cocaína; junto al mismo, a una costado, un antifaz de terciopelo apolillado que reconocí de manera inmediata, pues era el mismo que llevaba puesto el muchacho que me había sacado a bailar un mes atrás, en una fiesta de disfraces organizada por una fundación para socorrer a las víctimas de las últimas inundaciones. Bailé solo dos piezas pues el olor agrio que exhalaba me generó cierta repulsa. Fue el tiempo suficiente para contarle dónde trabajaba. Recuerdo que le interesó sobremanera el grupo etario de estudiantes que frecuentaban la biblioteca.
Así, fui uniendo la trama con datos que aportaron los investigadores. Pude conocer que el personaje se mimetizaba en múltiples roles detrás de los cuales lograba su cometido: delinquir y traficar.
Yo recordé la mirada penetrante de Amado, sus vacilaciones cuando le preguntaba sobre los avances en el trabajo de tesis, el olor nauseabundo que emanaban sus axilas y que ahora lograba identificar y su actitud burlesca cuando yo hablaba con los socios que ingresaban a la biblioteca.
En una ocasión, había llegado antes que yo y encontró la puerta sin llave lo que le permitió ingresar y poder revisar el fichero con los datos personales de los alumnos. De esta manera lo encontré, y al increparlo, se disculpó y me explicó que buscaba el teléfono de un estudiante que le había ofrecido un texto del autor investigado. No me resultó creíble su excusa y desde ese día le obligué a guardar su desvencijada valija en los casilleros de la biblioteca.
Así fue que la olvidó cuando fue alertado que la policía andaba tras sus pasos.
Las circunstancias hicieron que de una manera abrupta la pesadilla de tener ese personaje a mi lado todos los días, llegara a su fin.
Los titulares de los diarios, afianzaron esta convicción y me dieron una pista del apodo con que se lo conocía en el mundillo del hampa: “En un operativo conjunto, fuerzas de seguridad apresaron a “El Mentiroso”, peligroso traficante.”; y en otro, “El Mentiroso, entre rejas”.
Un lugar diferente, lo constituía la biblioteca. Frondosos anaqueles forraban sus paredes; al ingreso, sobre la puerta principal, se podía leer el lema:"El que lee mucho y anda mucho,ve mucho y sabe mucho." Allí trabajaba yo.
Sucedió un día lluvioso.Yo estaba concentrada clasificando unos libros cuando el chirrido de la puerta lo anunció. Levanté la vista y lo vi parado en el rellano, todo mojado y con una valija en la mano. Al solicitarle el motivo de su visita, el joven respondió que estaba escribiendo una tesis sobre el surrealismo y le habían recomendado esta biblioteca. Me explicó que quería adentrarse en la lectura de “La destrucción o el amor” de Vicente Aleixandre.
No encontré pretexto para impedirle el acceso, aunque su aspecto desaliñado y un mal olor, que vagamente me recordaba a alguien, me hizo dudar antes de franqueárselo.
Amado, de esta manera dijo llamarse, se hizo habitué; pasaba todas las jornadas arrinconado en un escritorio, con la valija a sus pies, y el celular continuamente en su mano; simulaba bucear en los textos de Aleixandre, especialmente cuando nuestras miradas se encontraban.
Si bien planteé mis reservas en la Dirección de la Academia, no encontraron razones de peso para prohibirle el ingreso, por lo que debí seguir soportándolo.
Poca gente entraba ya intimidada por la oscura presencia. A su vez, yo sentía físicamente esa intromisión en mi vida: la pérdida de peso, recurrentes cefaleas y un leve temblequeo en mis manos daban muestra de la perturbación.
Un día, el muchacho recibió un llamado, se levantó y salió corriendo, olvidando su equipaje.
A la mañana siguiente, escuché su nombre en el informativo, observé la pantalla y pude ver a Amado, con esposas, conducido por las fuerzas del orden.
Inmediatamente llamé a la policía y entregué la misteriosa valija. Al ser abierta, observé, entre sus andrajos, un vetusto diccionario de latín, que al abrirlo, resultó ser una caja simulada que contenía sobrecitos con cocaína; junto al mismo, a una costado, un antifaz de terciopelo apolillado que reconocí de manera inmediata, pues era el mismo que llevaba puesto el muchacho que me había sacado a bailar un mes atrás, en una fiesta de disfraces organizada por una fundación para socorrer a las víctimas de las últimas inundaciones. Bailé solo dos piezas pues el olor agrio que exhalaba me generó cierta repulsa. Fue el tiempo suficiente para contarle dónde trabajaba. Recuerdo que le interesó sobremanera el grupo etario de estudiantes que frecuentaban la biblioteca.
Así, fui uniendo la trama con datos que aportaron los investigadores. Pude conocer que el personaje se mimetizaba en múltiples roles detrás de los cuales lograba su cometido: delinquir y traficar.
Yo recordé la mirada penetrante de Amado, sus vacilaciones cuando le preguntaba sobre los avances en el trabajo de tesis, el olor nauseabundo que emanaban sus axilas y que ahora lograba identificar y su actitud burlesca cuando yo hablaba con los socios que ingresaban a la biblioteca.
En una ocasión, había llegado antes que yo y encontró la puerta sin llave lo que le permitió ingresar y poder revisar el fichero con los datos personales de los alumnos. De esta manera lo encontré, y al increparlo, se disculpó y me explicó que buscaba el teléfono de un estudiante que le había ofrecido un texto del autor investigado. No me resultó creíble su excusa y desde ese día le obligué a guardar su desvencijada valija en los casilleros de la biblioteca.
Así fue que la olvidó cuando fue alertado que la policía andaba tras sus pasos.
Las circunstancias hicieron que de una manera abrupta la pesadilla de tener ese personaje a mi lado todos los días, llegara a su fin.
Los titulares de los diarios, afianzaron esta convicción y me dieron una pista del apodo con que se lo conocía en el mundillo del hampa: “En un operativo conjunto, fuerzas de seguridad apresaron a “El Mentiroso”, peligroso traficante.”; y en otro, “El Mentiroso, entre rejas”.
Quizás sea simplemente reordenar los datos “policales”, para lograr más intriga.
Por lo demás está bien escrito, salvo algunas comas de más. Las descripciones son interesantes y bien logradas. Con esos ajustes tendrías un bue cuento.
Nos leemos.
PD: Leí un par de cuentos de tu blog, y me gustan mucho.
besos
Nuni
Se te dio muy bien el narrador en primera persona.
Felicitaciones.
Maritel
Me pareció un cuento entretenido y bien escrito, me dio mucho gusto leerlo. Lo que podría, creo yo, superarse sería:
-No entiendo lo del lema en el primer párrafo, ¿Tiene algo que ver con la trama?
-A lo mejor no entendí, pero el final parece poco memorable, se anuncia en el nudo del relato y le quita sorpresa.
-Que el mentiroso revise las fichas de estudiantes antes que llege la narradadora al trabajo y la nula actitud adoptada por ésta última, me pareció poco creible.
Nuevamente, a todos, gracias.
Carmen Ramacciotti dice:
Escrito el 22 marzo 2017 a las 15:00