jueves, 2 de enero de 2025




 

Mártir y loca

 

Nunca imaginé que una visita a la dermatóloga cambiaría tanto mi vida.

La primera lesión que le mostré adujo que era producto de un importante stress y me sugirió consultar con un psicólogo.

Cuando observó la segunda, adujo que me autoflagelaba.

Me imaginé así, como uno de los mártires de la Edad Media con el cilicio a cuestas.

La miré con indulgencia, medí las palabras y culminé dándole las gracias con la receta de corticoides en la mano.

Mientras me dirigía a mi casa, no dejaba de pensar en ambos apodos: mártir y loca.

Medité mucho y pensé: “quizás tenga un poco de razón”.

Tomé una decisión: no me lastimaría más cada grano que apareciera y me dije: —yo no quiero ser mártir, es más divertido ser pecadora—.

La segunda calificación la debía estudiar más: “un poco de locura no nos viene mal”.

Así, puse en venta, en la vecindad, algunas de las prendas que ya no uso y están como nuevas. La economía circular, como la llaman ahora.

Siempre me repito: —hay que vivir ligera de equipaje—.

Cuando alguna vecina me contactaba para hacer una compra, mi locura se encendía y empezaba a actuar.

Así esperaba con paciencia verla pasar con mi ex camisola, ex blusa yo me ponía a caminar tras ella hablándole bajito, como un murmullo a mi otro yo.

Trataba de mantener la distancia para que la portadora no me descubriera.

Con mi ropa apoyada en otro cuerpo, consultaba los pasos a seguir para resolver mis problemas.

A veces, la prenda se daba vuelta y se sacudía.

 —Voy en la dirección correcta—, me decía.

Otras, se ladeaba para un costado, me indicaba que debía recalcular.

Me reía a carcajadas mientras veía pasar por la puerta de mi casa a mi ropa.

¡Qué bueno es estar un poco loca!

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