Ana
trabajaba en una biblioteca. Sus jornadas transcurrían entre libros que leía
con fruición.
No
obstante, una idea la perseguía: qué ocurría en el lugar de noche.
Quiso
averiguarlo y ese día decidió aguardar escondida tras los anaqueles abarrotados
de libros.
Vio
con horror cómo empleados de maestranza traían viejos volúmenes del sótano del
edificio y los tiraban en contenedores colocados en la acera.
Agudizó
el oído y sintió llorar a Julieta mientras agonizaba Romeo.
Los
poetas corrían tras los estantes y Calderón apelaba a despertarse y responder.
—No es cierto que la vida es sueño—, gritaba, —estaba equivocado, despertaos—.
Goethe
furibundo insultaba en alemán mientras Rainer María Rilke esparcía rosas.
Ana
quiso detener ese “librocidio” pero el Rey Arturo la tomó de la cintura y la
llevó al piso superior.
Gulliver
trajo un ejército de liliputienses armados con piedras para defender el sótano.
Ana,
se liberó de la vigilancia del Rey, escapó sin ser vista por los verdugos,
corrió a su departamento, buscó valijas y bolsos y regresó al local para
recuperar el tesoro perdido.
Desde
entonces, vaga feliz entre libros que la acompañan y le regalan el placer de la
lectura mientras en un rincón de su dormitorio, sobre la cómoda, Aureliano
Buendía la mira fijo, intentando recordarla.
Ser bibliotecario/a es un trabajo muy noble, vilipendiado, pero noble al fin.
ResponderEliminarSaludos,
J.