Extraña inauguración
Cuando estuve sola,
con los últimos atisbos de memoria, recordé ese día...
La semana se había
vestido de fiesta, eran la patronales de Mendiolaza. El pueblo, ahora
ciudad, bullía en eclécticos festejos.
A mí me había
tocado cubrir la inauguración de la Oficina de Correo. Autoridades y
vecinos
participaron del acto.
Cuando llegué, me
llamó la atención la cantidad de ancianos que conformaban la comitiva.
Estaba Etelvina, la primera empleada de la estafeta en los años
sesenta. La acompañaban sus hermanos, dos viejecitos pequeños que
junto a ella conformaban un simpático trío.
El cura párroco de
ochenta y nueve años dio la bendición.
Cuando habló el
prefecto, me pareció verlo más avejentado a pesar de sus cincuenta
años, pero pensé que era idea mía.
Así, me entretuve
sacando fotos y cuando el acto culminó, quise regresar a mi auto
pero sentí dificultad para caminar.
Giré la cabeza y vi
a mi compañero convertido en un viejecito, sin dientes, apoyado en
una silla.
Busqué las fotos en
la cámara pero todo apareció matizado con un tinte sepia, los rostros
de los presentes surcados por arrugas y sólo viejos y más viejos,
ningún joven.
Levanté la vista y
con ojos nublados divisé el cartel del Correo que pendía
destartalado.
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