viernes, 4 de abril de 2025


Pintura de Carlos Alonso

El voyerista

 

 

Le gustaba espiar, su vida era justamente eso, vivir de la vida de los demás.

En su búsqueda de vivienda siempre tenía en cuenta que hubiese una buena ventana al exterior enfrentada a un mirador en la acera de enfrente.

Esta vez, el elegido fue un departamento en un edificio bastante derruido en La Boca.

Las canillas goteaban, las paredes pintaban humedades y el olor a moho penetraba hasta los alvéolos pulmonares.

No le importó, frente al ventanal del living un balcón con macetas con flores prometía función.

Al día siguiente de la mudanza, preparó un café y con el pocillo humeante se asomó a la ventana.

El espectáculo que se le presentó frente a los ojos, lo dejó pasmado; dejó la taza en la repisa, corrió a buscar los binoculares y ya no se pudo despegar.

Tras el balcón florido se divisaba un cuarto dormitorio-taller y en el lugar dos almas palpitando: delante de la cama austera, de madera sobria, custodiada por un crucifijo, el pintor daba batalla delante de un caballete con un lienzo; frente a él, la modelo desnuda, de carnes fláccidas posaba midiendo el tiempo para poder cambiar de posición.

La cortina flameaba expectativa, el pintor llamaba a la inspiración, la mujer imaginaba el transcurrir de las horas y el voyerista llegaba al orgasmo.

Fue el retrato de un día pleno.