Carné de conducir
Se levantó, se miró en el espejo y se dijo: —¡hoy es
mi día de suerte!
Desayunó y partió hacia la Municipalidad pues tenía
turno para sacar el carné de conducir.
Frente a la Casona Municipal, había un lugar para
estacionar: —es mi día de suerte —, se repitió.
La entrevista con el psicólogo fue estupenda, una hora
con test, interpretación de estos y corrientes psicológicas en boga.
Cuando se retiró, vio un papel raro en el parabrisas
de su auto.
Había estacionado en contramano, lo que le valió pagar
una abultada multa.
A continuación, y ya habiendo desechado la idea de la
buena suerte, ingresó al dispensario para la entrevista con el clínico.
Se encontró con un panorama dantesco: personas que
parecían zombis, recostadas en los sillones, se quejaban y apenas se podían
movilizar.
Algunas no podían abrir los ojos y los tenían
hinchados.
Un adolescente, se vomitó todo, parecía que quería
sacar de dentro su propio yo.
Fue tan grande
el esfuerzo que su cara quedó tapizada de manchas rojas.
El médico salió del consultorio e informó que
atendería de manera alternada a los aspirantes al carné de conducir y a los
enfermos de dengue.
Elvira comprendió quiénes eran esos zombis y la visión
de mosquitos que volaban en el lugar le despertó temor.
Comenzó a caminar y abanicarse con los formularios que
tenía en la mano. Creía que de esa manera podría evitar una picadura.
De pronto, el desmayo de una persona la puso en
alerta, a su vez, observó cómo canalizaban a otra que estaba totalmente
deshidratada.
Cuando el médico la llamó, apenas tuvo fuerzas para
ingresar al consultorio.
La entrevista fue breve y acto seguido en la oficina
de Seguridad Ciudadana le entregaron el apetecido carné.
Cuando, aliviada, se dirigió a su vehículo vio con
horror una nube de mosquitos negros con rayitas blancas que lo sobrevolaba.
Comprendió que en minutos se sumaría al ejército de
zombis.